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martes, 25 de enero de 2011

BIOGRAFÏAS DE LOS GRANDES EMPRESARIOS DEL SIGLO XX Y XXI



Steve Jobs con un iPhone 4 en la Worldwide Developers Conference de 2010.


De Wikipedia, la enciclopedia libre

Nacimiento 24 de febrero de 1955 (55 años)
San Francisco, California, Estados Unidos
Ocupación Director Ejecutivo de Apple Inc.
Patrimonio $ 2500 millones
Cónyuge Laurene Powell
Chrisann Brennan (ex-cónyuge)
Hijos 4

Steven Paul Jobs (n. 24 de febrero de 1955 en San Francisco, California, EE. UU.) es un famoso empresario e informático estadounidense, presidente de Apple Inc. y máximo accionista individual de The Walt Disney Company. Es una de las más importantes figuras de la industria de la computación y del entretenimiento digital.

Junto al co-fundador de Apple, Steve Wozniak, Jobs ayudó a la popularización de la computadora personal a finales de los años 70. Fue uno de los primeros en prever el potencial de los sistemas de Interfaz Gráfica de Usuario (GUI).

Después de tener problemas con la cúpula directiva de la empresa que él mismo fundó, Jobs fue despedido de Apple Computer en 1985, regresando a la compañía en 1997, donde es director ejecutivo desde entonces.


Biografía

Primeros años

Steven Paul Jobs nació en San Francisco (California) el 24 de febrero de 1955, fruto de la relación entre Joanne Carole Schieble y Abdulfattah Jandali (de origen sirio), dos jóvenes estudiantes universitarios que lo entregarían en adopción a una pareja de clase media, Paul y Clara Jobs (Hagopian) de origen armenio.Sus padres biológicos se casarían luego y tendrían otra hija, la novelista Mona Simpson, a quien Steve no conocería hasta la edad adulta.

En el seno de la nueva familia Steve creció junto a su otra hermana, Patty. Su padre, Paul Jobs, era maquinista para la compañía estatal de transporte ferroviario y su madre ama de casa.

En 1961 la familia se trasladó a Mountain View,una ciudad al sur de Palo Alto que empezaba a convertirse en un centro importante de la industria de la Electrónica. Allí asistió al colegio Cupertino Middle School y al instituto Homestead H.S., también en Cupertino.[4] A Jobs le interesaban bastante la electrónica y los gadgets, razón que le llevó a unirse a un club llamado "Hewlett-Packard Explorer Club", donde ingenieros de Hewlett-Packard mostraban a los jóvenes sus nuevos productos. Fue allí donde Steve vio su primera computadora, a la edad de 12 años.[2] Quedó tan impresionado que supo de inmediato que él quería trabajar con computadores.[2]

Ya en el instituto asiste a charlas de Hewlett-Packard. En una ocasión, Steve preguntó al por entonces presidente de la compañía, William Hewlett, sobre algunas partes que necesitaba para completar un proyecto de clase. William quedó tan impresionado que se las proporcionó y le ofreció realizar unas prácticas de verano en su compañía.[2] [1] Steve sería luego contratado como empleado veraniego, coincidiendo allí con Steve Wozniak por medio de un amigo mutuo, Bill Fernandez.[1] [4]

En 1972 entra en la universidad Reed College de Portland (Oregón). Asiste a ella tan sólo 6 meses antes de abandonarla debido al alto coste de sus estudios.[3] En lugar de regresar a casa, continúa asistiendo a clases como oyente unos 18 meses más. Curiosamente sus estudios en caligrafía le serían de utilidad cuando diseñara la tipografía del primer Mac.

Tras dos años fuera de casa, en otoño de 1974 regresa a California con el objetivo de realizar un retiro espiritual en la India y consigue un trabajo como técnico en Atari Inc., un fabricante de videojuegos.[2] De la mano de Steve Wozniak comienza a asistir a las reuniones del Homebrew Computer Club, donde Wozniak le cuenta que está intentando construir un pequeño computador casero.[2] [3] Jobs se muestra especialmente fascinado con las posibilidades mercantiles de la idea de Wozniak y le convence para fabricar y vender uno.

Después del viaje a la India, a donde fue acompañado por un antiguo compañero del instituto (y más tarde primer empleado de Apple) Daniel Kottke,[1] regresó a su anterior puesto de trabajo en Atari, donde colaboró en la creación del juego Breakout.

[editar] Inicios de Apple Computer
Artículo principal: Apple Computer
Debido a exigencias de contrato, Wozniak tuvo que dar a conocer su intención de construir un ordenador personal a la empresa para la que trabajaba, Hewlett-Packard, que desechó la idea por considerarla ridícula. [cita requerida] Fue así como en 1976 nació Apple Computer Company.[3]

Tras la consecución del primer ordenador personal, bautizado como Apple I, Jobs se dedicó a su promoción entre otros aficionados a la informática, tiendas y ferias de electrónica digital, llegando a vender unos 200 ejemplares. A partir de entonces el crecimiento de Apple fue espectacular. En tan sólo 10 años Apple se convirtió en una empresa con 4.000 empleados y Jobs, con 27 años, en el millonario más joven de 1982. [cita requerida]

A principios de 1983 vio la luz Lisa, un ordenador diseñado especialmente para gente con poca experiencia en informática. Su precio, más caro que el de la mayoría de ordenadores personales de la competencia, no facilitó que el nuevo producto fuese precisamente un éxito de ventas, perdiendo Apple aproximadamente la mitad de su cuota de mercado en favor de IBM.[2]

En un intento por mantener la competitividad de la compañía, Steve convence a John Sculley, director ejecutivo de Pepsi-Cola, para tomar las riendas de Apple.[1]

En la conferencia anual de Apple del 24 de enero de 1984, Jobs presenta ante una gran expectación el primer ordenador comercial con interfaz gráfica de usuario, el Apple Macintosh. Macintosh no alcanzó, sin embargo, las expectativas comerciales esperadas.[2]

Hacia finales de 1984 las diferencias entre Sculley y Jobs se iban haciendo cada vez más insalvables, hasta el punto de deteriorarse la relación. En mayo de 1985, en medio de una profunda reestructuración interna que se saldó con el despido de 1.200 empleados, Sculley relegó a Jobs de sus funciones como líder de la división de Macintosh.[4] [5]

Tras varios meses de resignación, el 13 de septiembre de 1985, Steve Jobs abandonó la compañía que él mismo había fundado .[cita requerida]

[editar] Fundación de Pixar
Artículo principal: Pixar Animation Studios
Tras abandonar Apple en 1986, Steve Jobs compra por 10 millones de dólares la empresa The Graphics Group, en adelante Pixar, una subsidiaria de Lucasfilm especializada en la producción de gráficos por computador.[6]

Con Jobs al frente la compañía firma varios acuerdos para producir películas animadas para Walt Disney.[1] En 1995 se estrenó en los cines Toy Story, el primer largometraje generado completamente por ordenador, conseguido con su propio software de renderización, RenderMan. Toy Story fue el mayor éxito de taquilla de 1995 y la primera película del binomio Walt Disney-Pixar en ganar un premio Óscar.

A esta película le siguieron Bichos (1998), Monstruos S.A. (2001) Buscando a Nemo (2003), Cars (2006) , WALL-E (2008) y Up (2009), entre otras. Todas ellas con gran éxito de crítica y público.

El 24 de enero de 2006, después de varios desacuerdos entre las dos compañías, Walt Disney anuncia la compra de todas las acciones de Pixar por 7.400 millones de dólares, convirtiendo a Jobs en el mayor accionista individual de Disney, con una participación del 7%.[1]

[editar] Creación de NeXT Computer
Artículo principal: NeXT
Tras dejar Apple, con 30 años de edad, decide continuar su carrera empresarial en el mismo sector y funda NeXT Computer Inc., con una inversión de $7 millones de dólares. Reunió para el nuevo proyecto a 7 de sus antiguos empleados en Apple: Bud Tribble, George Crow, Rich Page, Susan Barnes, Susan Kare y Dan'l Lewin. En el plan de negocios se estableció que, al igual que se hacía en Apple, la compañía vendiese al cliente no sólo el hardware, sino también el sistema operativo y parte del software de usuario.

La primera estación de trabajo de NeXT fue presentada el 12 de octubre de 1988. Recibiría oficialmente el nombre de NeXT Computer, si bien fue ampliamente conocida como "The Cube" por su distintiva caja de magnesio en forma de cubo.[7] El sistema operativo sería bautizado como NeXTSTEP.

Las ventas de los ordenadores de NeXT fueron relativamente modestas, con un total estimado de 50.000 unidades en los 10 años que estuvo operativa la división de hardware.[1] Su innovador sistema operativo orientado a objetos y entorno de desarrollo fueron, en cambio, muy influyentes. Como consecuencia, Steve centraría en 1993 la estrategia de la compañía en la producción de software, cambiando el nombre de la empresa por el de Next Software Inc. Uno de las decisiones más llamativas fue la venta de NeXT para otras plataformas, como Intel 486 y SPARC.[8]

Apple Computer anunció el 20 de diciembre de 1996 la adquisición de NeXT Software por 400 millones de dólares con el fin de actualizar el vetusto sistema operativo de los Macintosh,[9] después del fracaso de la compañía con Copland, un proyecto que nunca llegó a terminarse. Así, Steve Jobs volvió a formar parte de la compañía de apple.

[editar] El regreso a Apple
Artículo principal: Apple Computer
La vuelta de Steve Jobs a la empresa Apple se produjo cuando la empresa se encontraba en franco declive. Jobs estaba decidido a recuperar el control. Pronto hizo méritos para ganarse la confianza de la dirección de la compañía en detrimento del entonces director ejecutivo, Gil Amelio, logrando que lo nombraran director interino el 16 de septiembre de 1997.[2] [10] [11]

Algunas de las primeras medidas de Jobs en su nuevo puesto fue la firma de un acuerdo con Microsoft, principal rival tecnológico de la compañía, por el cual éste inyectaría dinero en Apple a cambio de un 4% de sus acciones (sin derecho a voto), la garantía de disponer de Office para Mac y el fin de las disputas por la interfaz gráfica.[cita requerida] La noticia de esta medida no fue bien recibida.

De similar aceptación resultaron la cancelación del programa de licencias de Mac OS a otros fabricantes de hardware (como PowerComputing, que sería finalmente adquirida por Apple) y la cancelación del Apple Newton, un gadget de características similares a una PDA.

Estas medidas, sin embargo, permitieron a la compañía centrar sus esfuerzos en mejorar sus productos y probar nuevas líneas de negocio, como fue la tienda digital de música iTunes Store, los reproductores de audio iPod o los nuevos iMac, que resultaron ser un gran éxito.[1] [4]

En diciembre de 2009 Steve Jobs fue elegido director ejecutivo del año por la revista Harvard Business Review por «incrementar en 150.000 millones el valor en bolsa de Apple en los últimos 12 años».[12]

[editar] Vida personal
Está casado desde 1991 con Laurene Powell, a quien conoce en una clase en Stanford University. Viven en Palo Alto, California con sus tres hijos. Steve tiene además otra hija llamada Lisa, fruto de una relación de juventud con Arlenne Brennan, unos de sus mejores amigos son John Ive y un niño llamado Víctor.[1] Apareció en un capítulo de la serie animada Los Simpson, pero se llamaba Steve Mobs y era presidente de Mapple.

Ha sufrido varios problemas graves de salud. En 2004 se le diagnosticó un cáncer de páncreas, enfermedad que supera con éxito tras un tratamiento en una conocida clínica oncológica californiana.[1] A principios de 2009 anunció que padece un desequilibrio hormonal y debe apartarse necesariamente de la compañía, delegando la mayor parte de sus responsabilidades en Timothy D. Cook, por entonces jefe de comunicaciones. En abril de 2009 se sometió a un transplante de hígado. En septiembre de ese mismo año, volvió al trabajo.[13] El 17 de enero de 2011, Jobs deja nuevamente Apple por problemas médicos, a un mes de la presentación del iPad 2, mientras tanto deja a cargo de la compañía a Tim Cook. [14]

miércoles, 19 de enero de 2011

BOTÍN EN INGLÉS

JUBILACIONES EN EUROPA

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¿Tiene salvación Europa?

EL PAIS

¿Tiene salvación Europa?

Su fracaso sería una tragedia para el mundo que toma como modelo de conducta al Viejo Continente
PAUL KRUGMAN 16/01/2011

Hay algo especialmente apropiado en el hecho de que la actual crisis europea empezase en Grecia. Porque los males de Europa tienen todo el aspecto de una tragedia griega clásica, en la que un hombre de carácter noble encuentra su perdición por el defecto fatal del orgullo desmedido.

El BCE y las exitosas subastas de deuda en España e Italia dan alas al euro
España y Bruselas cierran filas con Portugal ante el acoso del mercado
Los mercados reaccionan con euforia a la batería de medidas que plantea Bruselas
Trichet pide más esfuerzos a los países del euro contra la crisis
El mundo finito
Patrañas exprés
La noticia en otros webs

webs en español
en otros idiomas
Los programas de bienestar social han paliado los efectos de la crisis

Los alemanes no quieren que Europa sea una unión de transferencias

Su logro más importante, el euro, parece cada vez más una trampa

Las consecuencias de abandonar el euro para un país serían devastadoras

Europa carece de Gobierno central grande, idioma y cultura compartida

España se enfrenta a una perspectiva de dolorosa y agotadora deflación

Hasta hace poco, era un país modélico en deuda y presupuesto

La falta de una integración fiscal lastra las ventajas de la unión y del euro

Da la sensación de que hemos visto la misma película antes, en Argentina

Los inversores no esperan que Grecia e Irlanda paguen sus deudas por completo

Pero se podría, como han hecho los países bálticos, tranquilizar a los acreedores

El euro impide combatir las crisis devaluando como hizo Argentina

Hace no mucho, los europeos podían, de manera bastante justificada, afirmar que la actual crisis económica estaba demostrando realmente las ventajas de su modelo económico y social. En gran parte de Europa, las normas que regían el despido de los trabajadores ayudaban a limitar la pérdida de empleos, mientras que los sólidos programas de bienestar social garantizaban que incluso los parados mantuviesen su asistencia sanitaria y recibiesen unos ingresos básicos. Puede que el producto interior bruto de Europa estuviera cayendo tanto como el de Estados Unidos, pero los europeos no estaban sufriendo ni de lejos el mismo grado de miseria. Y la verdad es que siguen sin sufrirlo.

Sin embargo, Europa padece una crisis profunda; porque el logro del que está más orgullosa, la moneda única adoptada por la mayoría de los países europeos, está ahora en peligro. Lo que es más, cada vez se parece más a una trampa. Irlanda, aclamado como el Tigre celta no hace mucho tiempo, ahora está luchando para evitar la quiebra. España, una economía en auge hasta hace pocos años, ahora tiene un 20% de desempleo y se enfrenta a la perspectiva de años de deflación dolorosa y agotadora.

Se suponía que la creación del euro era el momento más sublime de una grandiosa y noble empresa: el esfuerzo realizado durante generaciones para traer la paz, la democracia y la prosperidad compartida a un continente antes y a menudo desgarrado por la guerra. Pero los arquitectos del euro, atrapados por la magnitud y el romanticismo de su proyecto, decidieron ignorar las dificultades mundanas con las que una moneda compartida previsiblemente se encontraría.

La consecuencia es una tragedia no solo para Europa sino también para el mundo, para el que Europa es un modelo de conducta crucial. ¿Cómo ha ocurrido esto?

El camino hacia el euro

Todo empezó con el carbón y el acero. El 9 de mayo de 1950 -una fecha cuyo aniversario se celebra ahora como el Día de Europa-, Robert Schuman, el ministro de Asuntos Exteriores francés, propuso que su país y Alemania Occidental aunaran sus producciones de carbón y acero. Fue el primer paso en el camino hacia una "federación de Europa" que, en última instancia, se convertiría en una unión aduanera dentro de la cual se comerciaba libremente con todos los bienes. Luego, a medida que la democracia se extendió por Europa, también lo hicieron las instituciones económicas unificadoras europeas.

En los años ochenta y noventa, Europa se puso manos a la obra para eliminar muchos de los obstáculos que aún impedían la plena integración económica. Las fronteras se abrieron; se garantizó la libre circulación de las personas; y las normas sobre los productos, la seguridad y los alimentos se armonizaron. Se proclamó que la creación del euro era el siguiente paso lógico de este proceso.

Las ventajas de una moneda única europea eran evidentes. No más necesidad de cambiar dinero al llegar a otro país; no más incertidumbre por parte de los importadores sobre lo que un contrato terminaría costando realmente, ni por parte de los exportadores sobre lo que realmente valdría el pago prometido. Mientras tanto, la moneda compartida reforzaría la sensación de unidad europea.

Por otro lado, formar una unión monetaria significa sacrificar la flexibilidad. ¿Hasta qué punto es grave es esta pérdida? Eso depende. Fijémonos en lo que, en principio, parece una comparación extraña entre dos economías pequeñas con problemas.

Dejando a un lado el clima, el paisaje y la historia, la República de Irlanda y el Estado de Nevada tienen mucho en común. Ambas son economías pequeñas de unos pocos millones de personas enormemente dependientes de la venta de productos y servicios a sus vecinos. Ambas fueron economías en expansión durante la mayor parte de la década pasada. Ambas padecieron enormes burbujas inmobiliarias, que estallaron y causaron mucho dolor. Ambas padecen ahora un paro de alrededor del 14%. Y ambas son miembros de uniones monetarias más grandes: Irlanda forma parte de la zona euro y Nevada, de la zona dólar. Pero la situación de Nevada es mucho menos desesperada que la de Irlanda.

Es cierto que los presupuestos tanto de Irlanda como de Nevada han sufrido un duro golpe por culpa de la crisis. Pero gran parte del dinero que se gasta en los habitantes de Nevada proviene de programas federales, no estatales. En concreto, los jubilados no tienen que preocuparse porque la reducción de la recaudación de impuestos del Estado vaya a poner en peligro sus cheques de la Seguridad Social o su cobertura de Medicare. En Irlanda, por el contrario, tanto las pensiones como el gasto en sanidad están a punto de sufrir recortes.

Además, Nevada, a diferencia de Irlanda, no tiene que preocuparse por el coste de los rescates bancarios, no porque el Estado haya escapado a las grandes pérdidas de préstamos, sino porque esas pérdidas, en su mayoría, estarán cubiertas por Washington.

Y es probable que el problema del paro de Nevada se vea aliviado en gran medida durante los próximos años gracias a la emigración; de manera que, incluso si los puestos de trabajo no vuelven, habrá menos trabajadores en busca de los empleos que queden.

Europa, por otro lado, no está integrada fiscalmente: los contribuyentes alemanes no corren automáticamente con parte de los gastos de las pensiones griegas o los rescates bancarios irlandeses. Y aunque los europeos tienen el derecho legal de moverse libremente para buscar trabajo, en la práctica, una integración cultural imperfecta -sobre todo la falta de un idioma común- hace que los trabajadores tengan menos movilidad geográfica que sus homólogos estadounidenses.

Estados Unidos, como sabemos, tiene una unión monetaria que funciona, y sabemos por qué funciona: porque coincide con un país: un país con un Gobierno central grande, un idioma común y una cultura compartida. Europa no tiene ninguna de estas cosas, lo cual ha hecho que las perspectivas de una moneda única fueran inciertas desde el principio.

Euroforia, eurocrisis

El euro nació oficialmente el 1 de enero de 1999. Al principio, era una moneda virtual: las cuentas bancarias y las transferencias electrónicas se expresaban en euros, pero la gente seguía teniendo francos, marcos y liras en sus carteras. Tres años después, se llevó a cabo la transición final y el euro se convirtió en el dinero de Europa.

El mercado de eurobonos empezó a rivalizar pronto con el mercado de bonos en dólares; los pagarés en euros empezaron a circular por todo el mundo. Y la creación del euro infundió una nueva sensación de confianza, especialmente a aquellos países europeos que históricamente habían sido considerados riesgos de inversión. Hasta más tarde que resultó evidente que este aumento de la confianza era el cebo de una trampa peligrosa.

Grecia, con su larga historia de impagos de deudas y rachas de inflación elevada, era el ejemplo más llamativo. Hasta finales de los años noventa, la historia fiscal de Grecia quedaba reflejada en el rendimiento de sus bonos: los inversores solo compraban bonos emitidos por el Gobierno griego si estos ofrecían unos intereses mucho más altos que los bonos emitidos por gobiernos considerados apuestas seguras, como Alemania. Sin embargo, a medida que el estreno del euro se acercaba, la prima de riesgo de los bonos griegos se desvanecía. Después de todo, se razonaba, la deuda griega pronto sería inmune a los peligros de la inflación: el Banco Central Europeo procuraría que así fuese.

De hecho, a mediados de la década de 2000, casi todo el miedo a los males fiscales específicos de un país había desaparecido de la escena europea. A medida que los tipos de interés convergían en toda Europa, los que antes eran países con tipos de interés elevados se dejaron llevar, como era de prever, por el frenesí del préstamo. (Merece la pena señalar que este frenesí del préstamo estaba financiado por bancos de Alemania y de otros países con tipos de interés tradicionalmente bajos; esa es la razón por la que los actuales problemas de deuda de la periferia europea son también un gran problema para el sistema bancario europeo en su conjunto).

Y entonces, estalló la burbuja

Todavía se oye a la gente hablar de la crisis económica mundial de 2008 como si fuese algo fabricado en Estados Unidos. Pero Europa merece cargar con la misma responsabilidad. Nosotros teníamos nuestros prestatarios de alto riesgo, que decidieron firmar hipotecas demasiado elevadas para sus ingresos o fueron engañados para que lo hicieran; los europeos tenían sus economías periféricas que, de forma similar, tomaron prestado mucho más dinero del que realmente podían permitirse devolver.

En Grecia, la historia es sencilla: durante los años de los préstamos fáciles, el Gobierno conservador de Grecia asumió una gran deuda (más de la que reconocía). Cuando el Gobierno cambió de manos en 2009, las ficciones contables salieron a la luz; de repente, se descubrió que Grecia tenía un déficit mucho mayor y una deuda considerablemente superior de lo que todo el mundo pensaba. Los inversores, comprensiblemente, emprendieron la huida.

Pero Grecia es en realidad un caso poco representativo. Hace solo unos años, España, con diferencia la mayor de las economías en crisis, era un ciudadano europeo modélico, con un presupuesto equilibrado y una deuda pública aproximadamente la mitad de grande, expresada como porcentaje del PIB, que la de Alemania. Lo mismo se podía decir de Irlanda. ¿Qué fue lo que salió mal?

En primer lugar, se produjo un grave revés fiscal a causa de la crisis. Los ingresos se hundieron en España e Irlanda y, a medida que subió el paro, también lo hizo el coste de las prestaciones por desempleo. Como consecuencia, tanto España como Irlanda pasaron de superávits presupuestarios justo antes de la crisis a enormes déficits presupuestarios en 2009.

Luego estaban los costes de la limpieza financiera. Estos han sido especialmente agobiantes en Irlanda, donde los bancos se descontrolaron durante los años del boom. Cuando la burbuja estalló, se sospechó inmediatamente de la solvencia de los bancos irlandeses. En un intento por impedir un ataque masivo contra el sistema financiero, el Gobierno de Irlanda garantizó todas las deudas bancarias (lo que cargó al Gobierno con esas deudas e hizo que se cuestionase su solvencia). En comparación, los grandes bancos españoles estaban bien regulados, pero había y hay una gran inquietud respecto al estado de las cajas de ahorro más pequeñas, y preocupación sobre cuánto tendrá que gastar el Gobierno español para evitar que quiebren.

En el transcurso del último año más o menos, primero Grecia y luego Irlanda se vieron atrapadas en un círculo vicioso financiero: a medida que los posibles prestamistas perdían la confianza, los tipos de interés que tenían que pagar por la deuda aumentaban, lo que socavaba sus perspectivas futuras, lo cual conducía a una pérdida mayor de confianza y a tipos de interés aún más altos. Los países europeos más fuertes solo consiguieron evitar una implosión inmediata proporcionando a Grecia e Irlanda líneas de crédito de emergencia, lo que les permitió esquivar temporalmente los mercados privados. ¿Pero cómo se va a resolver todo esto?

Cuatro líneas argumentales europeas

Algunos economistas, entre ellos yo mismo, observamos los males de Europa y tenemos la sensación de que hemos visto esta película antes, hace una década en otro continente: concretamente en Argentina.

A diferencia de España o Grecia, Argentina nunca renunció a su moneda, pero en 1991 hizo la siguiente mejor cosa posible: vinculó rígidamente su moneda al dólar estadounidense, y creó una "caja de conversión" según la cual cada peso en circulación estaba respaldado por un dólar de las reservas. Durante gran parte de los años noventa, Argentina se vio recompensada con unos tipos de interés mucho más bajos y grandes entradas de capital extranjero.

Sin embargo, Argentina acabó cayendo en una persistente recesión y perdió la confianza de los inversores. Hacia principios de 2002, después de airadas manifestaciones y una retirada masiva de los bancos, todo se había ido al garete. El vínculo entre el peso y el dólar se rompió, mientras el valor del peso caía en picado; entretanto, Argentina dejó de pagar sus deudas y terminó pagando solo unos 35 céntimos por cada dólar.

Es difícil evitar la sospecha de que el futuro podría deparar algo similar a una o más de las economías problemáticas de Europa.

Tal como yo lo veo, hay cuatro modos en que la crisis europea podría remitir (y podría remitir de manera diferente en los distintos países):

- Resistir: cabe la posibilidad de que las economías europeas puedan tranquilizar a los acreedores mostrando la voluntad suficiente para soportar el dolor y evitar así el impago y la devaluación. Los modelos de conducta en este caso son los países bálticos, Estonia, Lituania y Letonia, que han estado dispuestos a soportar una austeridad fiscal muy dura mientras los salarios se reducen poco a poco con la esperanza de restaurar la competitividad (un proceso conocido como "devaluación interna").

Hasta cierto punto, los países bálticos han conseguido tranquilizar a los mercados, que ahora los consideran menos arriesgados que Irlanda, y no digamos que Grecia. Pero todos los indicios apuntan a que pasarán muchos años antes de que recuperen el terreno perdido.

- Reestructuración de la deuda: los inversores no esperan que Grecia e Irlanda paguen sus deudas por completo. Esperan alguna clase de reestructuración de la deuda, aunque ello no pondría fin de ningún modo al sufrimiento de las economías en dificultades. Fijémonos en Grecia: aun cuando el Gobierno se negase a reconocer toda su deuda, todavía tendría que recortar drásticamente el gasto y subir los impuestos para equilibrar su presupuesto, y todavía tendría que padecer el dolor de la deflación. Pero una reestructuración de la deuda podría terminar con el círculo vicioso de la caída de la confianza y la subida de los costes del interés, lo que convertiría la devaluación interna en una estrategia viable aunque atroz.

- La estrategia argentina completa: Argentina no solamente dejó de pagar su deuda externa; también abandonó su vínculo con el dólar, lo que permitió que el valor del peso cayese más de dos tercios. Y esta devaluación funcionó: a partir de 2003, Argentina experimentó una rápida recuperación económica impulsada por la exportación.

¿Seguirán el mismo camino uno o más de los países europeos con problemas? Para ello, tendrían que superar un gran obstáculo: el hecho de que ya no tienen sus propias monedas. Como señalaba Barry Eichengreen, de Berkeley, en un influyente análisis de 2007, cualquier país de la eurozona que insinuase siquiera que iba a abandonar la moneda, desencadenaría una devastadora retirada masiva de sus bancos, al apresurarse los depositantes a trasladar sus fondos a lugares más seguros. Y Eichengreen concluía diciendo que este obstáculo "procedimental" que impide la salida hacía que el euro fuera irreversible.

Pero también se suponía que la vinculación con el dólar de Argentina iba a ser irreversible, y lo que al final hizo posible la devaluación fue el hecho de que hubo una retirada masiva de los bancos a pesar de la insistencia del Gobierno en que un peso siempre valdría un dólar. Esta retirada obligó al Gobierno argentino a limitar el dinero que se podía sacar y, una vez que estos límites entraron en vigor, fue posible cambiar el valor del peso sin desencadenar una segunda retirada masiva. En Europa no ha pasado nada parecido (todavía). Pero sin duda es algo que está dentro de lo posible, especialmente a medida que el sufrimiento causado por la austeridad y la devaluación interna se prolongue.

- Europeísmo reavivado: a principios de diciembre, Jean-Claude Juncker, el primer ministro de Luxemburgo, y Giulio Tremonti, el ministro de Economía de Italia, desataron una tormenta con su propuesta de crear "eurobonos" que serían emitidos por un organismo de deuda europeo a instancias de los países europeos individuales. Como estos bonos estarían garantizados por la Unión Europea en conjunto, brindarían a las economías con problemas un modo de evitar los círculos viciosos del declive de la confianza y el aumento del coste de los préstamos. Por otra parte, esos bonos podrían exponer a unos Gobiernos a las deudas de otros (un inconveniente que los furiosos funcionarios alemanes se apresuraron a señalar). Los alemanes defienden con firmeza que Europa no debe convertirse en una "unión de transferencias" en la que los Gobiernos y los países más fuertes proporcionen ayuda sistemáticamente a los más débiles. Pero como demuestra la comparación entre Irlanda y Nevada, Estados Unidos funciona como una unión monetaria en gran parte precisamente porque también es una unión de transferencias, en la cual los Estados que no han quebrado ayudan a los que sí. Y resulta difícil vislumbrar un modo de que el euro funcione a menos que Europa encuentre la manera de lograr algo similar. Un fracaso del euro representaría un golpe posiblemente irreversible para las esperanzas de una verdadera federación europea. ¿Permitirán los países fuertes de Europa que eso suceda? ¿O asumirán la responsabilidad, y posiblemente el coste, de ser los guardianes de sus vecinos? El mundo entero espera la respuesta.

Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía de 2008. Su último libro es El retorno de la economía de la depresión y la crisis de 2008. © The New York Times Magazine 2011. Distributed by The New York Times Syndicate. Traducción de News Clips.

sábado, 27 de noviembre de 2010

martes, 16 de noviembre de 2010

lunes, 15 de noviembre de 2010